Los elefantes lloran, pero no como en las películas donde una lágrima solitaria rueda por la mejilla del héroe. Lo suyo es más profundo, un río de emociones que no necesita dramatismo para ser real. Durante años, se pensó que las lágrimas de los elefantes eran simples mecanismos fisiológicos para limpiar el ojo. Y sí, lo son… pero quedarse ahí sería como decir que el mar es solo agua salada.
Estos gigantes grises tienen una memoria prodigiosa, vínculos familiares intensos y un sentido de la pérdida que, según quienes los han observado, roza lo humano. En la sabana africana, cuando un miembro de la manada muere, los demás se acercan, lo tocan con la trompa, lo rodean en silencio. Algunos parecen quedarse quietos, con los ojos húmedos, en un duelo que puede durar horas.
Los científicos debaten si esas lágrimas son verdaderamente "emocionales" o si estamos proyectando en ellos nuestra forma de sentir. Lo cierto es que, más allá del laboratorio, muchos cuidadores de elefantes han visto cómo, tras separarlos de un compañero o después de un rescate traumático, brotan gotas que no se explican solo por el polvo en el aire.
Tal vez las lágrimas de un elefante no sean como las nuestras, pero sí nos recuerdan que hay sensibilidades que no caben en el lenguaje humano. Porque, al final, ¿qué importa si su llanto es igual al nuestro? Lo importante es reconocer que algo los conmueve. Y ese algo, en un mundo tan ruidoso, es un mensaje silencioso: incluso los gigantes tienen el corazón blando.