La celebración de San Juan tiene raíces en antiguas festividades paganas vinculadas al solsticio. Aunque en el hemisferio norte marca el día más largo, en el sur representa la noche más extensa del año. En ambos casos, el fuego ha sido históricamente el elemento purificador por excelencia.
Entre los rituales más practicados está el de escribir en un papel aquello que se desea dejar atrás: miedos, situaciones, etapas cerradas o cargas emocionales. Luego, ese papel se quema, en un gesto simbólico de liberación y limpieza energética. El fuego consume lo viejo, permitiendo el surgimiento de nuevas intenciones.
Otro de los ritos tradicionales consiste en encender hogueras y saltar sobre las brasas. Se cree que este acto purifica y trae buenos augurios para el ciclo que comienza. A su vez, el humo cumple un rol importante: quemar hierbas como salvia, lavanda o laurel permite canalizar intenciones específicas, ya sea de protección, sanación o amor.
El agua también tiene su protagonismo. Bañarse en ríos, lagos o incluso recolectar el rocío de la noche de San Juan se asocia con la limpieza espiritual, la fertilidad y la buena fortuna para el año que se inicia.
Más allá de lo colectivo, muchos aprovechan este momento para realizar prácticas introspectivas. Una breve meditación, acompañada por el fuego o el humo aromático, permite focalizar la mente en los nuevos propósitos y fortalecer la intención del ritual.