El 28 de enero, la realidad imponía su propia agenda: El Bolsón celebraba su aniversario y se lanzaba el Camino del Centenario. En ese marco, el gobernador Alberto Weretilneck y el intendente Bruno Pogliano se reencontraban en un evento cargado de simbolismo y anuncios importantes. Era un reencuentro que volvía a posicionar a Pogliano en la escena política provincial, siempre de la mano de su mentor político. Y con ello, comenzaban nuevamente los rumores sobre mediciones de imagen y posibles proyecciones para su futuro en la escalera política. No era un dato menor: su tercer mandato y el resultado en porcentaje de su última elección lo convertían en una figura clave dentro del esquema provincial.
Pero días después, un incendio cambiaría por completo la realidad política local y provincial. Hoy, con El Bolsón enfocado en la reconstrucción, la prioridad ha cambiado radicalmente. Se trata de reorientar ingresos, coordinar esfuerzos y contener a una comunidad en crisis. No sólo por el incendio, sino también por la redefinición del modelo turístico que deberá buscar un nuevo norte en la era post-catástrofe. Las caras reflejan frustración por los objetivos perdidos, pero también emoción y compromiso por el esfuerzo incansable de todas las áreas involucradas en un evento para el que nunca se está realmente preparado. Como siempre, la magnitud de la tragedia puso a prueba la versatilidad, el liderazgo y la capacidad de unir fuerzas con actores que, en otros momentos, fueron rivales políticos.
El escenario político se trasladó a El Bolsón, dejando atrás las disputas meramente locales o provinciales para dar paso a un tablero de alcance nacional. La presencia de representantes del gobierno de Javier Milei y de otras fuerzas políticas trajo consigo promesas que generaron esperanza, incluso entre los propios dirigentes, quienes una vez más se debaten entre el escepticismo y la necesidad de creer que esta vez sí habrá respuestas concretas. Pero la experiencia nos ha enseñado a desconfiar: siempre hay un porcentaje de cumplimiento, un margen de cosas que nunca llegan, y la certeza de que cuando un fuego se apaga, otro incendio —sea literal o político— atraerá la atención de los medios y los funcionarios lejos del desastre que hoy nos deja el fuego.
Entre todo esto, aparece el nerviosismo sobre suspensión de la Fiesta del Lúpulo por cuestiones de seguridad, tal como se mencionó en la conferencia de prensa. A esto se suma el anuncio del gobernador de Chubut sobre la detención de personas y la aparición de panfletos con la imagen de Pogliano, lo que agrega un nuevo componente de tensión a la situación.
En la teoría del duelo, ahora solo resta esperar a que se vayan las visitas y que cada uno, en su propia realidad, asuma el dolor que ha quedado instalado. Y desde ese lugar, trabajar para renacer con toda la fuerza que las cenizas, como buen fertilizante, pueden brindar para un nuevo futuro.
El desafío ahora es encontrar un rumbo claro en medio del desconcierto, que no deja de ser una oportudad que los puede catapultar a una nueva realidad politica (mejor que la que proyectaban) o no. Mientras las autoridades buscan soluciones y la comunidad intenta reconstruirse, lo que queda es la incertidumbre sobre cómo se reconfigurará el futuro inmediato de El Bolsón. El fuego puede haberse apagado, pero sus consecuencias siguen ardiendo en el tejido social y político de la región. Lo que vendrá dependerá de la capacidad de todos los actores involucrados para transformar la crisis en una oportunidad real de cambio y fortalecimiento.
