Febrero es, por tradición, el mes del amor, de la Fiesta del Lúpulo, del turismo en su esplendor, de las calles vibrantes y la montaña llena de vida. Pero este año, en El Bolsón, todo cambió. Febrero fue el mes que no fue. El mes del incendio que devoró más de 150 viviendas, que arrasó con una parte única de nuestro bosque nativo y dejó en cenizas historias, sueños y raíces.
El fuego comenzó en Wharton y, al principio, parecía uno más de esos incendios de verano que sabemos enfrentar. Pero esta vez no fue así. en lo personal en la cobertura cuando ya Pasaron dos horas y la desesperación ya nos había tomado. Lo recuerdo claramente: llamé a mi compañero de noticias Pablo y, del otro lado de la línea, escuché cómo su voz se quebraba. "Está llegando a la ruta..." me dijo, ahogado en angustia, pidiéndome que habláramos más tarde. Porque cuando el fuego se descontrola, lo único que queda es intentar resistir.

El aire estaba cargado de cenizas y miedo. Las alertas llegaban una tras otra. otro dia se evacuaba la Loma del Medio. Inolvidable... Se esperaba el viento de las 15, pero llegó a las 18. Mientras tanto, el pueblo entero contenía la respiración en un temeroso silencio, esperando lo peor.
Algunos pudieron escapar rápido, moviendo flotas de vehículos con grandes recursos. Otros, sin crédito o sin medios, solo podían esperar, impotentes, el destino que el fuego les tenía marcado.
Ayer, una vecina que atiende en un café me miró con los ojos llenos de lágrimas y me agradeció: "Por lo menos pudimos saber qué estaba pasando, aunque muchas veces era a ciegas". Su padre, de 73 años, estaba solo en Mallín, sin comunicación, escuchando las radios que pedian quee la gente evacúe. Imaginen la angustia, el desamparo, la desesperación de no poder hacer nada.
La gente queria saber donde estaba el fuego, para donde iba, y solo tenia los recursos oficiales que dos veces por dia daban el reporte de lo que paso. Radio, Whatsapp, y redes sociales ganaron terreno ese dia.
Los influencers y comunicadores ayudaron a mostrar lo que pasaba. Por primera vez, los bomberos y combatientes nos abrieron la cámara y nos dejaron ver con sus ojos el infierno que enfrentaban. No podemos olvidar al hombre que no logró salir de su hogar. No podemos olvidar las imágenes de familias enteras huyendo con lo puesto. No podemos olvidar cómo la lluvia, cuando finalmente llegó, nos hizo gritar y llorar de alivio.
Pero el fuego no solo devora árboles y casas, también saca a la luz lo mejor y lo peor de nosotros. La ayuda llegó, generosa, desbordante, pero con ella también vinieron los oportunistas. Ropa sucia donada. Zapatos sin pares. Personas buscando aprovecharse de la desgracia. Inquilinos que, aunque lo perdieron todo, no recibirán nada porque no eran dueños de sus casas.
El gobernador estuvo aquí y su compromiso fue visible, aunque la política nunca deja de jugar su juego. Ministros (muchos) que aprendieron que Viedma está lejos, pero que ahora, con suerte, verán realidades que deberían marcar su sensibilidad.
Nos quedamos sin señal de celular, sin internet, y de repente, aparecieron antenas de Starlink que expusieron lo frágil de nuestras propias infraestructuras.
Vecinos quemando el último crédito con tal de conseguir una bomba de agua, una manguera, un generador de luz. Y en medio del desastre, nació algo más fuerte que el fuego: una hermandad que durará para siempre.
Las conversaciones que quedaron son muchas. ¿Se podía hacer más? ¿Había un manual para esto? Cada uno, desde su lugar, hizo lo que pudo, a veces sin saber cómo. Y aunque hubo algunos que solo cumplieron horario, la mayoría dio más de lo que tenía para dar. Porque la ayuda no es solo dinero. La generosidad de muchos sectores fue clave, pero lo que más necesitamos ahora es contención. No basta con cerrar los ojos y pasar de página. Este pueblo renacerá, pero como todo recién nacido, necesita ser cuidado, guiado, sostenido con cada paso.
¿Lo entenderán los políticos, o sus tiempos serán otros?
Febrero 2025 se tatuó en nuestra emoción. Y se cayó del calendario.