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La guerra que está por llegar: Resiliencia y miedo en la Comarca Andina a la espera del próximo incendio


La sombra del fuego en verano

La Comarca Andina vive cada verano una realidad doble: por un lado, la belleza natural que atrae turistas y enamora a sus habitantes, pero por otro, la amenaza constante de incendios forestales y de interface que parecen no descansar. El último gran incendio en El Bolsón, ocurrido en febrero de 2025, volvió a poner en evidencia la vulnerabilidad de la región frente a un enemigo que, además de natural, tiene un entramado social y político complejo. Se trata de una lucha que no solo pone en riesgo casas y bosques, sino también la tranquilidad emocional de quienes habitan esta zona única.​





El enemigo invisible

El miedo colectivo se ha instalado, convirtiéndose en una sombra que acecha a la comunidad durante todo el año.  La peligrosidad del fuego, que ataca desde la base misma de la seguridad —las viviendas, los bosques y las fuentes de trabajo—, genera una ansiedad que se acumula en el tejido social. La frecuencia con la que aparecen focos activos, muchas veces ligados a negligencias humanas, como quemas controladas que se desbordan o incendios provocados por irresponsabilidades, profundiza este estado de vulnerabilidad. La falta de respuestas judiciales claras y la impunidad, que en casos recientes como el de El Bolsón también se evidenció, potencian la sensación de que no hay responsables ni castigos efectivos ante los incendios intencionales o por negligencia grave​



Memoria de la destrucción

Un recorrido por los últimos años revela cómo Golondrinas, Cuesta del Ternero y Epuyen quedaron marcados en la memoria de la región. La destrucción de miles de hectáreas, las casas quemadas, las pérdidas de vidas silenciadas, dejan heridas abiertas en la comunidad. La sensación de que estos eventos son cíclicos y que cada verano puede ser el último, una especie de guerra que se repite sin justicia, hace que el impacto emocional se traduzca en un estado de alerta constante, afectando la salud mental colectiva. La ausencia de responsables claros y la poca eficacia del sistema judicial, que no logra avanzar en la identificación y castigo de los culpables, contribuyen al sentimiento de impotencia y de una justicia que nunca llega.​



Más allá del asistencialismo: un camino proactivo

Es momento de pensar en una estrategia que vaya más allá del mero auxilio en medio del incendio. La comunidad requiere de un abordaje integral en salud mental, con programas proactivos que fomenten la resiliencia y permitan convivir con la amenaza sin paralizarse. La prevención, la educación y el fortalecimiento de las instituciones públicas y comunitarias deben integrarse en una política sostenida en el tiempo. Solo así, la comunidad podrá afrontar la “guerra” del fuego con mayor fortaleza emocional y menos miedo, convirtiendo la amenaza en un desafío que se puede gestionar con responsabilidad compartida.​



Convivir sanamente con la alerta

La clave está en aprender a integrar la percepción del riesgo sin caer en un estado de parálisis. La comunidad debe entender que convivir con la amenaza implica también fortalecer los lazos sociales, promover la conciencia ambiental y exigir acciones concretas a las autoridades. La construcción de esta resiliencia, en la que las causas humanas sigan siendo atendidas con justicia y prevención efectiva, permitirá que la región lleve adelante una convivencia más sana, sabiendo que, aunque el enemigo siga acechando, no está indefensa ni a merced del azar. La idea central es transformar la sensación de guerra en una lucha comunitaria que fortalezca la unión y la esperanza en un futuro menos amenazado.





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