EL PAÍS ACHICADO Por Pedro Pesatti (*) - Vivo Informado - Diario Digital de Rio Negro y Chubut - El Bolsón Puelo El Hoyo Viedma Bariloche

Ultimas

Post Top Ad

EL PAÍS ACHICADO Por Pedro Pesatti (*)



 

​En la Argentina actual, el desenvolvimiento económico transcurre en dos dimensiones paralelas, pero de direcciones divergentes, que están fracturando la realidad en todos los planos. Por un lado, existe una Argentina financiera, la de la vieja y sempiterna patria financiera, que celebra con euforia en los mercados: un universo donde la intermediación financiera creció cerca de un 40% desde 2023, mientras la industria y la construcción están alrededor de un 10% por debajo de los niveles previos, según los propios datos del INDEC y ratificados recientemente por el exasesor de Milei y presidente del CEMA, Carlos Rodríguez. Esta disparidad no es un accidente estadístico; es la radiografía de un modelo donde los dogmas se recitan como salmos de una religión cuyo dios es, por regla general, incompasivo con los débiles.

​Desde este lugar, el Gobierno de Javier Milei, aferrado a la creencia de que la desregulación absoluta es un sacramento de modernidad que nos reconducirá a la edad dorada que el líder libertario sostiene que Argentina vivió hace cien años —sin aclarar que fue dorada para un pequeño puñado de argentinos que tiraba manteca al techo en una sociedad de pobres, como la inmortalizó el gran pintor argentino Ernesto de la Cárcova en su óleo Sin pan y sin trabajo (1894)—, avanza bajo la premisa, confesada por Pablo Lavigne, secretario de Coordinación de Producción y Comercio: "La mejor política industrial es la que no existe". Sin embargo, la realidad —esa instancia cruel que siempre termina incomodando a los iluminados— ha vuelto a hablar. Y lo hace a través de un coro de voces que, paradójicamente, une a la ortodoxia y a la heterodoxia en un mismo diagnóstico de alarma.

​Resulta revelador que figuras tan antagónicas como Carlos Rodríguez, el ortodoxo exjefe de asesores de Milei, y Roberto Frenkel, referente histórico de la heterodoxia, coincidan en señalar el abismo como destino inevitable al que nos conducen las políticas del tándem Milei-Caputo. Mientras Rodríguez advierte que es macroeconómicamente insostenible que la patria financiera corra tan por encima de la productiva, Frenkel nos recuerda una lección dolorosa: utilizar el tipo de cambio como ancla —una receta que ya fracasó con Alsogaray en los 50, con la "tablita" de Martínez de Hoz o con la convertibilidad de Menem— conduce, invariablemente, a una crisis de balanza de pagos.

​Pero la advertencia más lapidaria llega de Paolo Rocca. Desde la cima de Techint, el empresario más poderoso de la Argentina describió un mundo que ha cambiado brutalmente: China avanza con una agresiva política estatal, industrial y comercial, acaparando el 34% de la manufactura global, mientras Estados Unidos y Europa responden con un proteccionismo activo para defender sus empleos mediante regulaciones desesperadas que, en el caso de Trump, llegan al paroxismo. Creer que la Argentina puede integrarse a ese tablero geopolítico regalando su mercado interno y desmantelando su industria no es liberalismo, y mucho menos inteligencia.

​Efectivamente, esa ingenuidad —para llamarla de algún modo— que guía la conducta del gobierno argentino ya tiene costos contabilizados en el cementerio de la producción nacional. La Unión Obrera Metalúrgica (UOM) reporta 26.000 despidos en el sector —una cifra histórica—, y a nivel país, desde el inicio del gobierno de Milei, se perdieron casi 280.000 empleos registrados y más de 19.000 empresas, según datos del CEPA y la Secretaría de Trabajo difundidos por la prensa. Es frente a este escenario de desolación donde Río Negro debe plantarse con la autoridad moral de su historia. Nuestra provincia no es un desierto a la espera de una única actividad extractivista salvadora; es, desde sus orígenes, un ejemplo vibrante de desarrollo integral y federal. Río Negro es la demostración empírica de que es posible armonizar la potencia de la fruticultura en los valles con la pesca en el Atlántico; la ganadería ovina en la estepa con el turismo internacional en la cordillera; y la explotación hidrocarburífera y minera con el desarrollo tecnológico de vanguardia.

​El modelo rionegrino, desde su organización como provincia, desafía la lógica de la primarización. El caso de INVAP es la prueba irrefutable de nuestra capacidad. Desde Bariloche no solo tenemos la industria turística como uno de los motores de mayor potencia de la provincia; desde allí también exportamos reactores nucleares, radares y satélites, compitiendo de igual a igual con las potencias globales gracias a la materia gris argentina. La comunidad de Río Negro no necesita que Milei le explique qué es el mérito ni la competitividad, porque lo ejerce cada día vendiendo tecnología de punta al mundo y las mejores peras y manzanas que se producen en el país, mientras el Gobierno nacional parece sugerir que nuestro único destino como nación es ser proveedores pasivos de materias primas baratas, sin ningún agregado de valor. El modelo, en lo esencial, es el de la pseudo edad dorada de hace cien años a la que nos referimos al inicio del texto.

​Cada día resulta más elocuente, por otra parte, que la recesión inducida y la apertura indiscriminada están golpeando los pilares de este ecosistema virtuoso que tiene Río Negro, pero también otras regiones y provincias argentinas que sufren los mismos efectos. El daño se expande como una mancha de aceite. No es solo el turismo, que sufre el atraso cambiario; es la fruticultura del Alto Valle, asfixiada por costos en dólares y precios deprimidos; es la pesca en nuestro litoral, amenazada en su sustentabilidad y rentabilidad; y es, sobre todo, el comercio general, que agoniza en cada ciudad rionegrina.

​A esta crisis del consumo interno, producto de la licuación de ingresos de jubilados y trabajadores, se suma ahora un golpe de gracia: la competencia desleal facilitada por el Estado nacional. La reciente decisión de elevar a 3.000 dólares el límite de compras al exterior y eliminar impuestos para los primeros 400 dólares ha desatado un aluvión de importaciones "puerta a puerta". Las estadísticas son contundentes: en octubre de 2025, estas compras crecieron un 300% interanual. Si proyectamos estos datos nacionales a la demografía de Río Negro, se estima que solo en el último mes más de un millón y medio de dólares salieron directamente de los bolsillos de los rionegrinos hacia plataformas chinas como Shein o Temu, o gigantes como Amazon, saltándose por completo al comerciante local. En lo que va del año, la cifra superaría los 11 millones de dólares fugados de la provincia. Cada paquete que llega por courier es una venta menos para la zapatería de Cipolletti, la tienda de ropa de Viedma o la juguetería de Bariloche, comercios que, a diferencia de las plataformas asiáticas, pagan alquileres, ingresos brutos y sostienen el empleo de nuestros vecinos.

​Aquí radica el error conceptual más grave del modelo actual, que propone una suerte de fisiología económica aberrante. El Gobierno nacional parece creer que el desarrollo consiste en hiperdesarrollar un solo músculo —el de la exportación primaria, pretendiendo convertir a Río Negro en una mera puerta de salida para Vaca Muerta— a cambio de gangrenar el resto del cuerpo productivo. Pero de nada sirve tener una fuerza descomunal en un brazo si el precio a pagar es la amputación del otro. No se puede celebrar el crecimiento de la actividad extractiva si, para lograrlo, aceptamos cortar el músculo que cultiva, el que investiga, el que recibe turistas y el que genera empleo masivo a través de los servicios.

​Pensar que un aumento en la exportación de gas o petróleo compensará la quiebra de miles de comercios, la crisis frutícola o el empobrecimiento de nuestros jubilados es desconocer la aritmética humana y social. El Gobierno nacional nos pide sacrificarnos hoy para profundizar un experimento donde los números del Excel solo cierran en positivo para la especulación financiera, mientras las fábricas y los comercios se apagan y quiebran. Como rionegrino, con la legitimidad de nuestra identidad productiva y de nuestra concepción integral del desarrollo, debemos advertir que no hay avance posible si la macroeconomía se ordena a costa de romper la sociedad en mil pedazos. Un país no es una hoja de balance: es su gente, su industria, su ciencia y su trabajo. Es todo lo que hay y todo lo que podamos sumarle. No es A por B: es el desarrollo integral de la Argentina. En Río Negro, felizmente, existe un consenso histórico sobre las características que debe tener este camino, pero sabemos que la voluntad local tiene un límite: para que una provincia prospere, es indispensable un proyecto nacional que la comprenda desde la misma perspectiva que la mayoría de los rionegrinos —independientemente de las identidades políticas de cada uno— tenemos sobre nuestra concepción de la economía, de la sociedad y del país. 

 

(*) Vicegobernador de Río Negro

Post Bottom Ad

Páginas