Claves rápidas:
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Verano más caluroso de lo normal
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Humo y valle: aire bajo la lupa
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Sensores y ciencia en la comarca
Quién es Cristóbal y qué estudia
Cristóbal Mulleady es licenciado en Ciencias de la Atmósfera, oriundo de Bariloche y especializado en micrometeorología, el área que analiza turbulencias, pequeños remolinos de viento y cómo se dispersan contaminantes a muy baja escala. Su trabajo se enfoca en fenómenos que duran minutos u horas y se extienden pocos metros, como lo que pasa con el viento detrás de un edificio o con una pluma de humo que sale de una chimenea.
Desde esa mirada, combina investigación con divulgación: ayuda a bajar conceptos complejos de cambio climático, calidad del aire y pronósticos para que vecinos y organizaciones puedan tomar decisiones más informadas. Esa pata de comunicación es clave para evitar visiones apocalípticas, pero sí generar conciencia sobre la velocidad inédita con la que están cambiando las condiciones climáticas actuales.
Tormentas, cambio climático y verano 2026
Cristóbal cuenta que, como muchos residentes de la cordillera, percibe más tormentas eléctricas, más rayos y hasta episodios de granizo en zonas donde no eran tan frecuentes, percepción que se respalda en estudios que marcan un aumento notable de la actividad eléctrica en las últimas décadas. Ese tipo de cambios se vincula con patrones globales de calentamiento y con un consenso científico muy fuerte: más del 90% de quienes estudian clima y atmósfera coinciden en que el cambio climático existe y está fuertemente impulsado por la actividad humana y los gases de efecto invernadero.
Sobre el verano, se apoya en los pronósticos climáticos trimestrales del Servicio Meteorológico Nacional, que para el centro y norte de la Patagonia anticipan temperaturas medias por encima del promedio histórico y lluvias dentro de rangos normales o levemente inferiores. Traducido a criollo: se espera un verano más caluroso de lo habitual, con posibilidad de eventos puntuales intensos de lluvia o tormenta, pero sin un “superinvierno de agua” que compense el déficit del 50% que dejó la temporada fría pasada.
Por qué cambia el pronóstico en el celular
Una de las grandes preguntas de vecinas y vecinos es por qué la app del clima cambia todo el tiempo, y Cristóbal lo ata directo a cómo funciona la atmósfera y a los modelos numéricos que hacen los pronósticos. Explica que la atmósfera es un sistema caótico y no lineal: pequeños cambios pueden amplificarse muchísimo, y los modelos necesitan procesar datos de todo el planeta con supercomputadoras para estimar qué va a pasar en un lugar como Bariloche o El Bolsón.
Por eso los pronósticos son muy confiables de uno a tres días, empiezan a perder certeza después y tienen un límite razonable entre 7 y 10 días; más allá de eso, son apenas una tendencia. Como estrategia práctica, recomienda mirar siempre varias fuentes, pero nunca dejar afuera al Servicio Meteorológico Nacional, porque sus pronósticos usan datos medidos y verificados en territorio por equipos argentinos.
El Bolsón, el humo y la “trampa” del valle
En El Bolsón, Cristóbal se metió de lleno en un tema bien de acá: el humo y la calidad del aire en un valle angosto, orientado de norte a sur, donde los vientos predominantes del oeste no ayudan a ventilar. Esa combinación de topografía cerrada, inversión térmica en noches frías y quemas de restos de poda o cultivos termina generando bolsones de humo que se quedan “pegados” a la zona urbana y disparan días de aire “malo” según índices de calidad del aire.
A partir de la preocupación vecinal, se sumó junto a otro científico, Matías de Otto, a un grupo autoconvocado llamado Eco Comarca, que decidió dejar de discutir solo desde la percepción y empezar a medir. Con ellos instalaron un sensor de bajo costo en un barrio de ingreso a la ciudad para registrar material particulado fino (PM 2.5) asociado al humo y construir, por primera vez, una línea de base de datos para el valle.
Qué están midiendo y qué falta
Desde septiembre, el sensor registró en algunos días de quema promedios diarios de PM 2.5 cercanos a 15 microgramos por metro cúbico, que es el valor guía actual de la Organización Mundial de la Salud por debajo del cual no se considera aumento significativo de riesgo para la salud; por encima de ese umbral, hay que mirar con mucha más atención. En otros períodos posteriores, las 24 horas promediaron menos de 5 microgramos por metro cúbico, niveles que se consideran buena calidad de aire.
Cristóbal aclara que esto no alcanza para sacar conclusiones contundentes: es un solo sensor, en un solo barrio y durante pocos meses, cuando lo ideal sería sumar más equipos en distintos puntos de la ciudad y contrastarlos con instrumentos de referencia validados para uso sanitario. Aun así, como puntapié inicial, permite ver que el problema existe, es medible y puede crecer si no se revisan prácticas de quema y políticas de control, como ya muestran alertas y mapas que algunos portales califican como “mala” la calidad del aire en ciertos días.
Más allá de los números, Mulleady insiste en que no se trata de vender fin del mundo, sino de entender que el clima está cambiando a una velocidad inédita y que la palabra clave es adaptabilidad.